De Mí
"Está dormida o finge que duerme, llega una mosca y se posa en su boca y sin embargo mi mundo termina en ella" [PR - Una Piba Con La Remera De Greenpeace]
Primera plana, suplementos, clasificados.
Mis manos recorrieron rápida, no obstante jerárquicamente, las hojas del diario hasta llegar a los avisos necrológicos. [Debo admitir cierto morbo, enterrado profundamente, su origen incierto para mí.] Absorto en la lectura, me encontré con estas palabras:
"Mercedes Mc Coubrey (Q.E.P.D) falleció el 02.05.1993.- Sergio y Andrea Mc Coubrey y flia. participan su fallecimiento e invitan al sepelio en Cementerio Parque del Campanario, hoy 12.45 horas."
De repente me invadieron un centenar de sensaciones contradictorias, sólo esas pocas palabras poseían el poder de remontarme muchos años atrás, a la adolescencia, cuando mis manos se entrelazaban con las tuyas o simplemente jugaban con tu pelo inocentemente. No pude evitar esgrimir una sonrisa, cuántos berrinches te había producido el hecho de ser una 'Mc Coubrey', odiabas tu apellido. Qué épocas entrañables aquellas en las que todos nuestros temores se reducían a la aceptación escolar, el miedo al rechazo y la humillación, esos tiempos en los que no conocíamos el verdadero significado de la desilusión y un corazón partido sanaba con un nuevo "amor". Y pensar que a pesar de nuestra historia, intensa para nuestra corta edad, me había olvidado de vos, o eso creía hasta que, sumergido en un estupor de respuestas inciertas me escapé del trance momentáneo y mis pies se arraigaron a la tierra nuevamente. Sólo entonces la humedad recorrió mi rostro, ahora avejentado y agrietado. Decidí que quería verte una última vez, no para "cerrar una etapa" (¡qué frase trillada!) sino porque necesitaba una diferenciación, terminar con la simbiósis, comprender que vos eras (o habías sido) vos y yo era yo, por más que sintiese que una parte mía se desprendía y se iba con vos.
Catorce inviernos no era poca cosa, aunque mentía, alguna que otra vez te había visto en la parada del 60, a la mañana, con la nariz roja y exhalando frío. Seguías como siempre, frágil, angelical, cuasi etérea. La cobardía había superado el magnetismo que me atraía hacia vos, eso y el hecho de que ahora estaba atado a una nueva vida con una nueva familia.
Esta vez te iba a hacer frente, así que decididamente tomé mi abrigo y caminé las cuadras que me separaban de tu nuevo lecho. Cuando llegué me descubrí en un lugar bullicioso pero a la vez sin vida, caras grises, personas que destilaban tristeza e inundaban el ambiente con una angustia conmovedora. Y sí, eras joven, demasiado joven para ser arrancada de este mundo, contaminado, corrompido, pero el que compartíamos, el que habíamos llegado a aceptar de a poco. Imágenes de las eternas charlas idealistas que habíamos tenido en la pubertad atravesaban mi cabeza, qué ingenuos que éramos pensando que éramos capaces de hacer la diferencia!
Me acerqué, con las piernas temblorosas y las manos sudorosas (como esa vez, la primera, ¿te acordás?) y esa distancia, no más de doce pasos, se me hizo interminable. Era impactante ver tu cuerpo reposando en un ataúd, tus manos cruzadas, tiesas y tus ojos cerrados. Cuánto ansiaba tocarte de nuevo, aunque tu piel fría no me devolviese el sentimiento, tu cuerpo todavía encerraba esa energía que te caracterizaba, irradiando toda la sala y de forma siniestra tenías vida, aunque así fuera sólo para mí.
Totalmente abstraído de la realidad me fui perdiendo en un abismo. Por un instante, creí que mi repentina e inexplicable devoción hacia vos era una locura, hacía más de una década que no habíamos cruzado palabra alguna y en ese entonces comprendí que las palabras no eran necesarias para un perfecto entendimiento, es más, muchas veces eran un obstáculo. Pero qué podía hacer ahora con todo esto que sentía, ya era tarde. Me fui de ahí con una vaga sensación, como dudando si lo que había vivido era parte de uno de esos sueños extravagantes a los que a veces me sometía, un lapsus de inconsciencia, o si en verdad era auténtico. Caminando por las calles sin rumbo, totalmente desorientado me di cuenta que un manto de neblina grisácea cubría mis ojos, sentí pánico al ver mis manos teñidas de rojo y mi mente se apresuró en hacer cientos de conjeturas. Sin notarlo, movilizado por una fuerza inexplicable, llegué a casa. El tintineo de las llaves en mi bolsillo me despertó y cuando entré lo primero que hice fue lavarme las manos, empapadas en sangre, el último halo de vida. Luego, confirmando mis mas macabras sospechas, entré a la cocina y en la mesa estaba el diario, rojo.
1 Comments:
Lo leí.
Me gustó.Y mucho.
Quería hacertelo saber.
Saludos.
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